Una de las temáticas recurrentes durante diálogos con artistas es la relación entre arte y Azar. Deleuze dice a propósito de la literatura, que ésta no tiende en su desplazamiento hacia sitios seguros, constantes, si no hacia lugares indeterminados, imprecisos. Con las propuestas visuales ocurre lo mismo. La intensidad de un texto, de una obra, no siempre está determinada por la intención de sus autores. Factores externos como el tiempo, el espacio, los soportes, los imaginarios colectivos, inciden decisivamente en la percepción del espectador y en el status social que adquiere la propuesta.
Arte y Azar están unidos desde el principio. Como la vida y el caos. O al menos
están transidos por la incertidumbre. Incertidumbre de las intenciones, los medios, los fines. La física y la teoría social contemporáneas se sitúan desde el principio de incertidumbre de Heisenberg, que comienza en la física cuántica y se expande a toda la esfera social. Los físicos hoy en día reconocen que mucho más de la mitad de la materia conocida en el universo corresponde a materia oscura imposibles de caracterizar desde nuestro paradigma epistemológico.
Arte y Azar se entrelazan también en la técnica de composición visual. Hay técnicas que se juegan desde un menor control entre materiales y soporte de la obra. Pensemos en el dripping de Jackson Pollock o en el polvo de mármol esparcido por Antoni Tapies en sus cuadros. La fotografía y el cine documental, se plantean también desde el azar de situaciones y escenarios, en ellos el espacio, la luz y los actores responden a su propio devenir. Con la performance, sobre todo en espacios públicos ocurre algo similar.
Arte y Azar desde el propio devenir artista, pasando por el arrojo de la obra y la percepción de ésta. Arte y azar desde el origen y hasta que sigan existiendo propuestas
de intervención de la realidad.
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